jueves, 30 de agosto de 2018

Mate cosido


          Muchas veces, además de curar un mate es necesario sanarlo. Lo que parece un juego de palabras surge porque en muchas ocasiones el mate se raja y comienza a perder cuando lo llenamos. Pasa a menudo cuando una calabaza se cae al piso estando llena (puede pasar estando vacía también) y me ha pasado con un mate de madera al que dejé de usar por mucho tiempo y, al volverlo al utilizar, le aparece una fisura que deriva en una pérdida.

            Descartarlo como basura da cierta pena, ya que posiblemente se trate de un mate que nos ha acompañado por mucho tiempo, que fue compañero de viaje, etcétera. Entonces, si es de paredes gruesas, nos queda el recurso de curarlo en el otro sentido: el de sanarlo, suturarle la herida, coserlo.

Suturando calabazas
            Para eso vamos a necesitar hilo encerado, que suelen utilizarlo los zapateros remendones. También puede servir un hilo muy fino, de tapicería, que permita hacer puntadas ajustadas sin cortarse. Además, claro, una aguja afilada.
 
La costura en una calabaza
            El primer paso va a ser sumergir en un recipiente con agua la calabaza rajada (no lo probé con mate de madera, pero entiendo que puede servir igual). Para ello, y para evitar que flote, tendremos que ponerle algunas piedras en su interior. Lo vamos a dejar allí tres, cuatro días. De este modo lograremos que las paredes del mate se hinchen y se ablanden.

            Con la aguja filosa y el hijo vamos a empezar a coser, perforando de un lado de la fisura –por ejemplo, a su derecha- sin atravesar la pared, de manera tangencial, hasta cruzar la rajadura y hacer salir la aguja por la izquierda. Uno tras otro iremos haciendo las puntadas  comenzando la costura un poco antes del inicio de la grieta para terminar en el extremo más cercano a la boca. Puede ser que necesitemos aplicarle vela a la aguja y el hilo para que se deslicen mejor.  Al terminar, bastará con un pequeño nudo para que el hilo no se afloje.

            Lo ideal sería terminar retobando el recipiente cosido con un cuero, pero esa es otra técnica un tanto más complicada que la del cosido. Cierta vez reparé una calabaza –la regalada por Wálter Bengoa, tal como conté en otro texto de este blog-, pero como ignoraba la técnica de remojar el porongo para hinchar sus paredes y poder coserlo de manera tangencial, lo hice atravesando de lado a lado sus paredes. Cuando estuvo listo, sellé los orificios por donde pasé el hilo con cemento de contacto, y el viejo mate viajero siguió prestando servicios por unos cinco años más.

Si gotea por ahí, ponele La Gotita.
 Mate con gotera
No sólo por un golpe o por "desuso" puede perder un mate. A veces puede pasar que compremos una calabaza nueva y al usarlo descubrimos que gotea por el “pupo”. En ese caso, hay que vaciarla, dejarla secar y ponerla boca abajo. En el lugar de la pérdida, ponerle “La gotita” hasta cubrir la zona y dejarlo secar. Muy posiblemente se haya solucionado.

Un muy buen vendedor de yerbas y mates, misionero él, me recomendó que al comprar una calabaza le ponga agua hasta la mitad y la controle durante media hora. Si llegara a perder, dejarla secar y sanarla de esa manera. Si no, empezar con el curado o a disfrutarla de inmediato si es de las que no requieren ser curadas.

miércoles, 29 de agosto de 2018

Mate ensillado y cebado


            Está claro que disponer el mate para ser cebado no es una ciencia ni, mucho menos, exacta. Cada quien tiene su técnica y todas son respetables. Del mismo modo, hay tecnicismos que cambian su significado según quién los utilice.

            He escuchado decir que “ensillar el mate” significa tirar un poco de la yerba ya lavada y reemplazarla por nueva para que siga “tirando” el sabor. Sin embargo, a eso otros le llaman "bosteado". Yo me anoto entre aquellos para quienes ensillar el mate es prepararlo desde cero para comenzar a cebar ya sea para tomar uno mismo o compartirlo en ronda. ¿Cómo se hace? Esta es mi manera, que no es la única ni tampoco la mejor. Simplemente es la que más me gusta.

Ensillado


·         En cuanto al recipiente a usar, prefiero las calabazas de boca ancha. Puede ser también de madera torneada o la cáscara de un coco pequeño, con la boca hecha en el extremo donde tiene los tres ojos.
La yerba se moja de un solo lado.
·         Verter yerba hasta completar unas tres cuartas partes.
·         Tapar la boca con la palma de la mano (que, de ser posible, nos habremos lavado previamente…) e invertirlo agitando suavemente para que el polvillo de la yerba quede arriba al enderezar el mate.
·         Inclinar levemente el mate y con un dedo aplastar la yerba contra uno de los costados.
·         Enderezar despacito el mate y en el hueco volcar un poquito de agua sin llenarlo. Puede ser tibia o temperatura natural, pero no caliente.
·         Dejarlo dos o tres minutos para que se absorba.
·         Luego, colocar en ese hueco la bombilla tomando la precaución de tapar la boquilla con el dedo pulgar. Asegurarse que llegue al fondo.
·         Cuando el agua que previamente hemos puesto a calentar haya alcanzado los 80-85 grados, pasarla a un termo o, como prefiero yo, comenzar a cebar.
·         El cebado se hace dejando caer lentamente el choro de agua sobre el cuerpo de la bombilla, de manera que se deslice por ella hasta llegar a la yerba.
·         Ponemos agua hasta que la espuma corone la parte hueca de la yerba.
·         Cuando haya perdido espuma y sabor, sacamos la bombilla y tapando la boquilla con el dedo la hundimos en la parte de yerba seca para seguir cebando.

El agua
Lo de la temperatura del agua es un tanto azaroso hasta que cada uno conoce el comportamiento de su pava y su cocina. Y naturalmente que también tiene que ver el gusto de cada uno: hay quien prefiere el mate con agua hirviendo (la yerba se lavará mucho antes) y hay quien lo toma casi tibio.

Mate de calabaza con pava de arriero.
Suele decirse que cuando la pava “canta”, el agua está a punto. Pero eso no se cumple con todas las pavas. Lo más recomendable es observar cada tanto el interior de la pava y cuando vemos que el fondo se enturbia por minúsculas burbujas (los gorgoritos), es el momento de sacarla del fuego.

El termo, aliado en los viajes.
Los más sensibles al tacto reconocen este momento tocando suavemente la manija de la pava y percibiendo una leve vibración, producto del agua que se acerca al hervor. Otros, con sólo ver el comportamiento del agua al verter un chorro, saben si está a punto, le falta temperatura, o está pasada. Experiencia, que le dicen.

Pava o termo
El cebado con pava permite dirigir mejor el flujo de agua. La técnica requiere de una pava “matera”, es decir con pico no muy grande y con labio chico. Para manejarla, se toma la manija con la palma de la mano hacia arriba y los tres dedos del medio rodeando el asa. Espulgar y el meñique son los que dirigen la posición de la pava, inclinándola suavemente para que el chorro no sea grande y moje toda la yerba de una vez.

Si bien prefiero la pava al termo, está claro que a menudo -como durante los viajes- recurro a la botella térmica priorizando la practicidad frente al placer.

29 ago 18

jueves, 23 de agosto de 2018

Cuidado del mate


            Tan importante como el curado es el mantenimiento de la calabaza (o el recipiente que usemos para tomar mate). Solemos dejar de cebar y olvidar el mate con la yerba húmeda dentro hasta la próxima vez que, en algún caso, puede ser de algunos días.

            Eso atenta contra la salubridad del tomador además de la de la calabaza. Los cuerpos húmedos tienden a favorecer la generación de hongos que darán un sabor ácido a todos los mates que cebemos en ella en lo sucesivo. La manera de sacarlo la veremos en otra oportunidad. Ahora nos centraremos en el modo de evitarlo.

            Siempre es recomendable vaciar el mate luego de finalizado el momento de tomar. Tratándose de mate amargo, podemos vaciarlo y dejarlo que se seque solo si el ambiente no es muy húmedo. Esa yerba residual colabora a que la calabacita (o lo que sea si es de material poroso) siga tomando sabor, se siga “curando”. Al día siguiente, cuando vayamos a prepararlo nuevamente, bastará con sacarle con el dedo la yerba seca que haya quedado adherida.

            Claro que si se cebó con mate dulce o con yerba saborizada lo recomendable es vaciarlo y enjuagarlo antes de guardarlo. El azúcar y algunos yuyos fermentan con facilidad y arruinarán el recipiente.

            Otra cosa: si se trata de un mate de calabaza, madera o caña no se nos ocurra lavarlo con detergente o jabón. Éstos le transferirán su sabor y será bastante desagradable sentírselo al mate.

Curando el mate


Cuando hablamos de curar el mate estamos dando por sentadas dos cosas: que tenemos un mate nuevo y que es de cierto tipo de calabaza. El resto, no requieren procedimiento alguno para ser usados, especialmente si son de madera, caña, guampa, metal, cerámica, vidrio o sintéticos (plástico o silicona).

Tratándose de calabaza debemos tener en cuenta que hay una variedad que no trae ningún “residuo” en su interior. En ese caso, basta con ponerle un poco de agua y dejarlo un rato hasta verificar que no pierde. Luego, se puede comenzar a usarlo. La otra variedad es la que tiene en su interior cáscaras adheridas a la pared y hasta semillas. Eso es lo que hay que quitar, fundamentalmente porque puede resultar indigesto.


Dado que el mate y su mundo no constituyen una ciencia exacta, hay muchas maneras de curar un mate. La más difundida recomienda:
·                           enjuagarlo y llenarlo con yerba ya usada (que no haya sido de mate dulce) por espacio de tres días, renovándolo cada día.
·                           En cada recambio de yerba hay que raspar el interior de la calabaza con una cucharita para ir extrayendo las fibras residuales.
·                           Luego de ese tiempo, si se comprueba que ya no queda más nada para quitar, enjuagar bien con agua caliente y
·                           dejarlo escurrir boca abajo sin tapar del todo la boca. Por ejemplo, podemos clavar una ramita en la tierra (si no tenemos patio, en una maceta) y dejar que se escurra por completo. Ya está listo para empezar a cebar.
·                           Según los gustos, se le puede dar un enjuague final con alguna bebida blanca.
·                           Si se lo va a usar para mate dulce, con la calabaza aún húmeda colocar una o dos cucharaditas de azúcar y una brasa pequeña, tapar la calabaza y agitarlo de manera que el azúcar se adhiera a las paredes y al mismo tiempo que queme formando una especie de caramelo.

Hay también quienes como paso final al curado le pasan leche o manteca para sellar los poros. Sin embargo, de este modo haremos que el recipiente nunca adquiera el sabor intenso de un buen mate, dado que la superficie porosa hace que con el tiempo y el uso se impregne cada vez más del sabor de la yerba.

Así, es común escuchar que el mate “se cura usándolo”, una manera de señalar que cuanto más uso, mejor sabor adquiere.

lunes, 20 de agosto de 2018

El lado oculto del mate

    En los últimos tiempos -unos pocos años, que no sabría cuantificar- el mate vino ganando terreno entre nosotros a pesar de ser una de las más viejas costumbres y tradiciones argentinas. Ya sea porque el mercado capitalista vio una veta que no estaba explotando, o porque ante tanta invasión el instinto de supervivencia de nuestro ser intrínseco siente la necesidad de volver a las fuentes, resulta claro a simple vista que nuestra querida infusión se ha ganado un lugar en rincones antes insospechados.

    Hoy no es raro ver personas caminando por las calles abrazadas al termo y la calabaza, al más puro estilo uruguayo. Como nunca, se empieza a hablar de las virtudes de la yerba mate para la salud del organismo. Poco a poco van apareciendo marcas desconocidas de yerba en los supermercados y las almacenes que nada tienen que envidiarle por sabor y calidad a las grandes marcas que por décadas dominaron la oferta comercial.

    Lo que quisiéramos compartir desde este espacio es la otra parte del mate, esa que no es ni la yerba ni el agua ni la bombilla ni el recipiente, pero que para descubrirla hace falta consumir unos cuantos litros de mate, largas horas de charla amistosa, de calabaza entre las manos, de chorrito de agua cayendo desde la pava sobre la bombilla para generar aromática espuma sobre la yerba.

    Duende, espíritu, alma, misterio, ritual... Ponele el nombre que gustes. Pero de eso se trata el mate: no basta con una buena yerba, un agua a la temperatura ideal y un mate ensillado. Hace falta eso otro, que se lo tenés que descubrir vos...

Mea culpa matero


        La nota es de disculpas. En esta mañana temprana y lluviosa el cronista se siente culpable y de rodillas pide perdón a las pocas gotas de sangre criolla que recorre su hidrografía venosa. Sentado a su mesa de trabajo procura reponerse del cruel madrugón intempestivo y olvidarse del mullido colchón con la calidez de Laura, sumergida en sueños. Por eso recurre a un amargo, al mate criollo y auténtico ensillado en una calabaza ahuecada, pequeña, manchada, redondeada.

            Pero no es por haber amanecido antes que el alba que se siente culpable, sino porque siente que poco a poco va incurriendo en pecado capital respecto de la ceremonia del mate. Ya no calienta la pava sobre el fogón de leña. En algunas ocasiones, como la de hoy, ni siquiera usa pava. Un termo de plástico y telgopor está reemplazando la simpatía del recipiente de hierro enlozado, panzón, con manija y pico y que por su similitud con la figura de las aves del campo, alguien dejó de llamar caldera para decirle pava. Y esta vez tampoco usó ni siquiera la llama del gas de la cocina para calentarla. El misterio de la fricción molecular encerrado en un horno de microondas con sus bips electrónicos reemplaza el calor y el chirriar de la leña de los viejos fogones gauchos.


            Así las cosas, y mientras el cielo pinta para una tarde de siesta y tortas fritas, alguien sube a un auto con un termo igual al del escriba bajo el brazo, llevando en la mano lo que con seguridad despertaría la úlcera del mismísimo Martín Fierro: una especie de copita plástica con una bombilla corta y del mismo material, con un poco de yerba en su interior, ensobrada en un polietileno rotulado, con el descaro de la cultura consumista, "Mate-Listo".

            A decir verdad, uno nunca se sintió un gaucho, pero se pregunta sin embargo si no habrán llegado ya los gauchos del futuro, los criollos de la tecnocracia. Quizás no falte mucho para que salgan a la venta los ombúes o los algarrobos artificiales, con el horno de microondas incorporado al pie, para que podamos tomar matelisto echados a su sombra. Y será el momento en que se levanten Fierro, Santos Vega, Patoruzú y los ranqueles de Mansilla en aunada protesta con Segundo Sombra a la cabeza. Greenpeace, un poroto, pero de soja.

            Bromas e ironías a un lado, no es desdeñable la cuestión del mate plástico y desechable que acabamos de comentar. Hoy en día, son pocos los lanzamientos comerciales que de alguna manera apuntan a sostener una tradición ancestral. O en todo caso, se valen de lo perdurable y lo defienden para hacer su negocio en un sistema en el que el negocio es todo lo que no perdura. "Si no puedes contra tu enemigo, únete a él"...


                                                                                                                                 25mar95


viernes, 17 de agosto de 2018

Mates con historia

Muchos de mis mates –calabazas casi en su totalidad- tienen sus historias. El más pequeño de ellos nació de una planta trepada a un alambrado medianero en la esquina de Cantilo y 28. Mate ciento por ciento citybellino y por eso lo quiero tanto. Luego prefiero las calabazas boconas, con vuelo, que permiten ensillar el mate usando la yerba de a poquito, sin mojarla toda de entrada.
 
El mate de "Peña"
Pero está también, ya radiada de servicio, la que a modo de despedida me obsequiara Walter Bengoa –“Peña”, para los conocidos- que lo venía acompañando desde su partida de Uruguay años ha, tocando cada uno de los puertos terrestres por los que lo llevó la vida hasta arrimarlo a City Bell. Cuando volvió a cruzar el charco para encarar el último tramo de su peregrinaje me lo legó rebosante de afecto, historias, generosidad. 

Tengo también el mate de lata que fuera mi compañero en la conscripción. Fríos, soledades, angustias quedaron para siempre en su interior y quiero conservarlo por lo mucho que le debo.

   Tengo mis pavas, también. Aquella que puso calor a mis días de comerciante y la más nueva: una curiosa pava de arriero, de apenas medio litro de capacidad, hecha de chapa galvanizada y que se aquerenció entre mis preferencias materas en el último tiempo. En medio de una y otra, las de cobre y de bronce y las “colectivas”: calderas de cinco litros o un poco más que válgame Dios si tuviera que cebar con ellas.

De Hernandarias a hoy, pasando por Andresito


Mi nebulosa es cuándo empezó a ser parte de mí. Desde cuándo lo incorporé a mis hábitos más sentidos, a mis costumbres de cada día. No porque acostumbre a tener el mate siempre ensillado, como en muchas casas. No es mi caso.

Pero sí es una preferencia por encima del té o del café. Preside el encuentro con amigos, acompañó mis noches extendidas que acabaron siendo mis libros, le pone sabor a los kilómetros recorridos, a las horas de trabajo, a los atardeceres ociosos...

Así de misterioso es el mate para nosotros, los de este rincón del mundo, afortunados por venir disfrutándolo desde antes de la llegada del europeo a estas costas cuando el resto del mundo recién lo está empezando a descubrir.

Monumento al comandante Andresito en Posadas, Misiones
(imagen tomada de internet).
Pero para ello hubo de recorrer una larga historia. El 20 de mayo de 1616, el gobernador de Buenos Aires Hernando Arias de Saavedra -Hernandarias-, hizo publicar un bando en el que prohibía la yerba mate en cualquier uso.

Sugestión clara del demonio”, “vicio abominable y sucio que es tomar algunas veces al día la yerba con gran cantidad de agua caliente” que “hace a los hombres holgazanes, que es total ruina de la tierra y como es tan grande temo que no se podrá quitar si Dios no lo hace”. Así era referida, por aquí y por allá, la costumbre de tomar mate en los inicios del siglo XVII. La cosa no era tan mala, al parecer, o Dios no pudo con ella.

Elemento tan emblemático de los argentinos como es, el mate merecía contar con un día en el calendario y desde 2015 tiene su Día Nacional cada 30 de noviembre, en recuerdo del nacimiento de Andrés Guaçurarí y Artigas, el único gobernador indígena de Argentina –guaraní, para más datos–, que llegó a dirigir los destinos de la provincia de Misiones entre 1811 y 1821. Se lo conoce más por el apelativo de Comandante Andresito, y nativo de Santo Tomé, Corrientes, en 1778. Una yerba lleva su nombre por marca.

Casi una pasión

Lo que siento respecto del mate no es fanatismo sino, más bien, pasión. La pasión (del verbo en latín, patior, que significa sufrir o sentir) es una emoción, un sentimiento muy marcado experimentado por algo o alguien; su intensidad comprende entusiasmo o deseo. Es también vivo interés por algo e implica una fuerte afinidad, que no es lo mismo que amor.

Por fin, luego de hurgar en algunos diccionarios pude circunscribir de manera aproximada lo que es el mate para mí, aunque no del todo. Tampoco importa.


          Y si no tengo muy claro qué es el mate para mí, mucho menos puedo saber desde cuándo forma parte de mi vida. Tengo imágenes en mi memoria desde que era muy chico.

En mi casa tomaban mate en un recipiente de lata enlozada color azul y cebaban desde una pava de aluminio con manija con asa de baquelita. En lo de mis abuelos Victoria y José, el jarrito era blanco con alguna ilustración colorida y se cebaba dulce, con el agua no muy caliente.

            En cambio me parece verla a mi bisabuela América, la abuela de mi mamá, cebar dulce en una calabaza de boca chica con una virola de aluminio. Seguramente había más de un mate similar en esa casa. Era un estilo de calabaza muy difundido por entonces, a diferencia de las muy usadas de ahora, mayormente boconas y con vuelo.

            En cualquiera de los tres lugares el denominador común era que cuando el mate ya estaba lavado y estaban a punto de dejar de tomar porque el agua ya estaba tibia, nos lo cebaban a los chicos con leche en lugar de agua. Dios mío. Qué bueno será el mate que a  pesar de ese sabor lechoso, lavado y dulce que permanece en mi recuerdo sensitivo, me sigue gustando aunque amargo y caliente.

En el principio fue La Hoja Nobleza Gaucha. Como decía, fue mate lavado de leche tibia y azúcar cebado en jarrito. Después, mucho después, vino el mate amargo cebado preferentemente en porongo con agua caliente que no llegue a hervir y la búsqueda de sabores etiquetados con marcas desconocidas pero maravillosas en su mayoría por su sabor y calidad.

En el medio, esa simbiosis entre el placer por su sabor único y el sentimiento inherente de compartirlo con alguien. Casi como un sacramento o como los abrazos, un mate no se le niega a nadie, como tampoco se lo desprecia.
  
-¿Tomás dulce o amargo?
-Si lo preparo para mí, amargo. Pero agarro lo que venga si me convidan.