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jueves, 27 de septiembre de 2018

Poro, porongo y galleta


Mates poros.
            Mate es un término con significados muy diversos. El que nos interesa a nosotros proviene del quechua matí, que significa vaso o recipiente para beber, y que se generalizó como nombre vulgar de la calabaza que se utiliza para tomar la infusión. Por trasnominación usamos la misma palabra para denominar a la infusión misma.

            Llama la atención que la arqueología localice en Cayastá (la primitiva Santa Fe) los utensilios más antiguos que se conservan usados para tomar mate. Sin embargo, la crónica histórica relata que Juan de Garay llega a fundar esa ciudad el 15 de noviembre de 1573 trayendo desde Asunción un numeroso contingente de indios guaraníes evangelizados. Claramente, con las personas llegaron los usos y las costumbres que los jesuitas no habían podido quitarles.

Mate porongo.
Antes de la llegada del español los indígenas bebían la infusión agregando agua caliente a la yerba mate; algo que se acercaba a nuestro mate cocido. Utilizaban un recipiente hecho de una calabaza grande (cucurbita moschata, nuestro zapallo anco, entre otros) cortada y filtraban las hojas con los labios y los dientes para beber el líquido.

Las plantas en cuestión, las lagenarias en sus muchas variedades, difieren en el tamaño y la forma de sus frutos. Los hay grandes y chicos, los hay con una estrangulación y los que presentan una forma más redondeada. Por la influencia inca, los pueblos del noroeste argentino distinguían varios tipos de mati o mate. Los pequeños y de forma redondeada o parecida a una pera eran los puru. A los más grandes, con una estrangulación natural, les decían purungu. Esos términos penetraron en la sociedad guaraní, en la de las misiones jesuíticas guaraníes, y a través de ello a la sociedad colonial rioplatense, razón por la cual nuestros recipientes de calabaza son mates, poros y porongos.

Mate galleta.
Dentro de los poros están los llamados mates galleta: son más bien achatados –en uno o en otro sentido- con una forma que recuerda la de la galleta de campo, compañera cotidiana del gaucho. José Larralde le dedicó un poema a su viejo mate galleta, cuyas estrofas describen como pocos la estrecha relación entre el hombre y su mate.

Con el paso del tiempo la calabaza fue reemplazada por vasijas de arcilla cocida. En las excavaciones realizadas en Cayastá se encontraron restos de bernegales de arcilla decorados. Estos utensilios pueden ser considerados los más antiguos antecesores conocidos de los mates que utilizamos hoy.

Un francés en Paraguaria


Naturalista y botánico, Augustin François César Prouvençal Saint Hilaire nació en Orleans, Francia, en 1779. Entre 1816 y 1822 realizó su primer viaje a Sudamérica, tierra que lo embriagó y lo vio desembarcar nuevamente en 1830. El sur y el centro del actual Brasil fue el área que más exploró y volcó sus conclusiones y descubrimientos en varios libros y escritos que siguen siendo consulta obligada para los científicos de la materia.

Se encaminó hacia el sur de Brasil y recorrió desde Rio de Janeiro a São Paulo y Porto Alegre. Ingresó en la Banda Oriental y llegar a Montevideo. Desde allí hacia el norte bordeó el río Uruguay rumbo al territorio de las antiguas misiones jesuíticas del Paraguay.
 
Augustin de Saint Hilaire. Henrique Manzo, 
Museu Paulista, Brasil.

           Sólo en su expedición inicial recorrió unos 9000 kilómetros desde el noreste de Brasil hasta el Río de la Plata y la totalidad de sus periplos por la región supera los 12.000. Entre muchísimas especies tanto vegetales como animales, Saint Hilaire  describió por vez primera para la ciencia una planta a la que llamó ilex paraguariensis, dado que Paraguaria era el antiguo nombre de la región vecina al Paraná habitada por los guaraníes.

Así, entonces, “ilex paraguariensis A.St.-Hil”, se conoce a la yerba mate desde 1822 y ninguna otra variedad de la familia ilex puede ser considerada “yerba mate”. Don Augustin murió en su ciudad natal en septiembre de 1853 sin saber que el objeto de su estudio por estas tierras sería uno de los objetos más preciados para los amantes del mate.

Casi simultáneamente al trabajo de Saint Hilaire, su compatriota Nicolas Charles Seringe describía y clasificaba en 1825 a la lagenaria vulgaris, la planta cuyo fruto seco constituye la calabacita matera o porongo. Hay quienes dicen que las casualidades no existen. Visto con ojos de hoy, podría pensarse que los franceses se perdieron el gran negocio del siglo al no vincular ambos estudios y presentar la gran novedad para el consumidor: el recipiente y el contenido a los que sólo les faltaba la bombilla y el agua caliente para convertirse en nuestro querido mate. Un mercado que por entonces no existía, claro.

viernes, 17 de agosto de 2018

Mates con historia

Muchos de mis mates –calabazas casi en su totalidad- tienen sus historias. El más pequeño de ellos nació de una planta trepada a un alambrado medianero en la esquina de Cantilo y 28. Mate ciento por ciento citybellino y por eso lo quiero tanto. Luego prefiero las calabazas boconas, con vuelo, que permiten ensillar el mate usando la yerba de a poquito, sin mojarla toda de entrada.
 
El mate de "Peña"
Pero está también, ya radiada de servicio, la que a modo de despedida me obsequiara Walter Bengoa –“Peña”, para los conocidos- que lo venía acompañando desde su partida de Uruguay años ha, tocando cada uno de los puertos terrestres por los que lo llevó la vida hasta arrimarlo a City Bell. Cuando volvió a cruzar el charco para encarar el último tramo de su peregrinaje me lo legó rebosante de afecto, historias, generosidad. 

Tengo también el mate de lata que fuera mi compañero en la conscripción. Fríos, soledades, angustias quedaron para siempre en su interior y quiero conservarlo por lo mucho que le debo.

   Tengo mis pavas, también. Aquella que puso calor a mis días de comerciante y la más nueva: una curiosa pava de arriero, de apenas medio litro de capacidad, hecha de chapa galvanizada y que se aquerenció entre mis preferencias materas en el último tiempo. En medio de una y otra, las de cobre y de bronce y las “colectivas”: calderas de cinco litros o un poco más que válgame Dios si tuviera que cebar con ellas.

Casi una pasión

Lo que siento respecto del mate no es fanatismo sino, más bien, pasión. La pasión (del verbo en latín, patior, que significa sufrir o sentir) es una emoción, un sentimiento muy marcado experimentado por algo o alguien; su intensidad comprende entusiasmo o deseo. Es también vivo interés por algo e implica una fuerte afinidad, que no es lo mismo que amor.

Por fin, luego de hurgar en algunos diccionarios pude circunscribir de manera aproximada lo que es el mate para mí, aunque no del todo. Tampoco importa.


          Y si no tengo muy claro qué es el mate para mí, mucho menos puedo saber desde cuándo forma parte de mi vida. Tengo imágenes en mi memoria desde que era muy chico.

En mi casa tomaban mate en un recipiente de lata enlozada color azul y cebaban desde una pava de aluminio con manija con asa de baquelita. En lo de mis abuelos Victoria y José, el jarrito era blanco con alguna ilustración colorida y se cebaba dulce, con el agua no muy caliente.

            En cambio me parece verla a mi bisabuela América, la abuela de mi mamá, cebar dulce en una calabaza de boca chica con una virola de aluminio. Seguramente había más de un mate similar en esa casa. Era un estilo de calabaza muy difundido por entonces, a diferencia de las muy usadas de ahora, mayormente boconas y con vuelo.

            En cualquiera de los tres lugares el denominador común era que cuando el mate ya estaba lavado y estaban a punto de dejar de tomar porque el agua ya estaba tibia, nos lo cebaban a los chicos con leche en lugar de agua. Dios mío. Qué bueno será el mate que a  pesar de ese sabor lechoso, lavado y dulce que permanece en mi recuerdo sensitivo, me sigue gustando aunque amargo y caliente.

En el principio fue La Hoja Nobleza Gaucha. Como decía, fue mate lavado de leche tibia y azúcar cebado en jarrito. Después, mucho después, vino el mate amargo cebado preferentemente en porongo con agua caliente que no llegue a hervir y la búsqueda de sabores etiquetados con marcas desconocidas pero maravillosas en su mayoría por su sabor y calidad.

En el medio, esa simbiosis entre el placer por su sabor único y el sentimiento inherente de compartirlo con alguien. Casi como un sacramento o como los abrazos, un mate no se le niega a nadie, como tampoco se lo desprecia.
  
-¿Tomás dulce o amargo?
-Si lo preparo para mí, amargo. Pero agarro lo que venga si me convidan.