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viernes, 17 de agosto de 2018

De Hernandarias a hoy, pasando por Andresito


Mi nebulosa es cuándo empezó a ser parte de mí. Desde cuándo lo incorporé a mis hábitos más sentidos, a mis costumbres de cada día. No porque acostumbre a tener el mate siempre ensillado, como en muchas casas. No es mi caso.

Pero sí es una preferencia por encima del té o del café. Preside el encuentro con amigos, acompañó mis noches extendidas que acabaron siendo mis libros, le pone sabor a los kilómetros recorridos, a las horas de trabajo, a los atardeceres ociosos...

Así de misterioso es el mate para nosotros, los de este rincón del mundo, afortunados por venir disfrutándolo desde antes de la llegada del europeo a estas costas cuando el resto del mundo recién lo está empezando a descubrir.

Monumento al comandante Andresito en Posadas, Misiones
(imagen tomada de internet).
Pero para ello hubo de recorrer una larga historia. El 20 de mayo de 1616, el gobernador de Buenos Aires Hernando Arias de Saavedra -Hernandarias-, hizo publicar un bando en el que prohibía la yerba mate en cualquier uso.

Sugestión clara del demonio”, “vicio abominable y sucio que es tomar algunas veces al día la yerba con gran cantidad de agua caliente” que “hace a los hombres holgazanes, que es total ruina de la tierra y como es tan grande temo que no se podrá quitar si Dios no lo hace”. Así era referida, por aquí y por allá, la costumbre de tomar mate en los inicios del siglo XVII. La cosa no era tan mala, al parecer, o Dios no pudo con ella.

Elemento tan emblemático de los argentinos como es, el mate merecía contar con un día en el calendario y desde 2015 tiene su Día Nacional cada 30 de noviembre, en recuerdo del nacimiento de Andrés Guaçurarí y Artigas, el único gobernador indígena de Argentina –guaraní, para más datos–, que llegó a dirigir los destinos de la provincia de Misiones entre 1811 y 1821. Se lo conoce más por el apelativo de Comandante Andresito, y nativo de Santo Tomé, Corrientes, en 1778. Una yerba lleva su nombre por marca.

Casi una pasión

Lo que siento respecto del mate no es fanatismo sino, más bien, pasión. La pasión (del verbo en latín, patior, que significa sufrir o sentir) es una emoción, un sentimiento muy marcado experimentado por algo o alguien; su intensidad comprende entusiasmo o deseo. Es también vivo interés por algo e implica una fuerte afinidad, que no es lo mismo que amor.

Por fin, luego de hurgar en algunos diccionarios pude circunscribir de manera aproximada lo que es el mate para mí, aunque no del todo. Tampoco importa.


          Y si no tengo muy claro qué es el mate para mí, mucho menos puedo saber desde cuándo forma parte de mi vida. Tengo imágenes en mi memoria desde que era muy chico.

En mi casa tomaban mate en un recipiente de lata enlozada color azul y cebaban desde una pava de aluminio con manija con asa de baquelita. En lo de mis abuelos Victoria y José, el jarrito era blanco con alguna ilustración colorida y se cebaba dulce, con el agua no muy caliente.

            En cambio me parece verla a mi bisabuela América, la abuela de mi mamá, cebar dulce en una calabaza de boca chica con una virola de aluminio. Seguramente había más de un mate similar en esa casa. Era un estilo de calabaza muy difundido por entonces, a diferencia de las muy usadas de ahora, mayormente boconas y con vuelo.

            En cualquiera de los tres lugares el denominador común era que cuando el mate ya estaba lavado y estaban a punto de dejar de tomar porque el agua ya estaba tibia, nos lo cebaban a los chicos con leche en lugar de agua. Dios mío. Qué bueno será el mate que a  pesar de ese sabor lechoso, lavado y dulce que permanece en mi recuerdo sensitivo, me sigue gustando aunque amargo y caliente.

En el principio fue La Hoja Nobleza Gaucha. Como decía, fue mate lavado de leche tibia y azúcar cebado en jarrito. Después, mucho después, vino el mate amargo cebado preferentemente en porongo con agua caliente que no llegue a hervir y la búsqueda de sabores etiquetados con marcas desconocidas pero maravillosas en su mayoría por su sabor y calidad.

En el medio, esa simbiosis entre el placer por su sabor único y el sentimiento inherente de compartirlo con alguien. Casi como un sacramento o como los abrazos, un mate no se le niega a nadie, como tampoco se lo desprecia.
  
-¿Tomás dulce o amargo?
-Si lo preparo para mí, amargo. Pero agarro lo que venga si me convidan.