Mi nebulosa es cuándo empezó a ser
parte de mí. Desde cuándo lo incorporé a mis hábitos más sentidos, a mis
costumbres de cada día. No porque acostumbre a tener el mate siempre ensillado,
como en muchas casas. No es mi caso.
Pero sí es una
preferencia por encima del té o del café. Preside el encuentro con amigos,
acompañó mis noches extendidas que acabaron siendo mis libros, le pone sabor a
los kilómetros recorridos, a las horas de trabajo, a los atardeceres ociosos...
Así de misterioso
es el mate para nosotros, los de este rincón del mundo, afortunados por venir
disfrutándolo desde antes de la llegada del europeo a estas costas cuando el resto del mundo recién lo está empezando a
descubrir.
Monumento al comandante Andresito en Posadas, Misiones (imagen tomada de internet). |
“Sugestión clara
del demonio”, “vicio abominable y sucio que es tomar algunas veces al
día la yerba con gran cantidad de agua caliente” que “hace a los hombres
holgazanes, que es total ruina de la tierra y como es tan grande temo que no se
podrá quitar si Dios no lo hace”. Así era referida, por aquí y por allá, la
costumbre de tomar mate en los inicios del siglo XVII. La cosa no era tan mala,
al parecer, o Dios no pudo con ella.
Elemento tan
emblemático de los argentinos como es, el mate merecía contar con un día en el
calendario y desde 2015 tiene su Día Nacional cada 30 de noviembre, en recuerdo
del nacimiento de Andrés Guaçurarí y Artigas, el único gobernador
indígena de Argentina –guaraní, para más datos–, que llegó a dirigir los
destinos de la provincia de Misiones entre 1811 y 1821. Se lo conoce más por el
apelativo de Comandante Andresito, y nativo de Santo Tomé, Corrientes,
en 1778. Una yerba lleva su nombre por marca.