Lo que siento
respecto del mate no es fanatismo sino, más bien, pasión. La pasión (del
verbo en latín, patior, que significa sufrir o sentir) es una
emoción, un sentimiento muy marcado experimentado por algo o alguien; su
intensidad comprende entusiasmo o deseo. Es también vivo interés por algo e
implica una fuerte afinidad, que no es lo mismo que amor.
Por fin, luego de
hurgar en algunos diccionarios pude circunscribir de manera aproximada lo que
es el mate para mí, aunque no del todo. Tampoco importa.
Y
si no tengo muy claro qué es el mate para mí, mucho menos puedo saber desde
cuándo forma parte de mi vida. Tengo imágenes en mi memoria desde que era muy
chico.
En mi casa tomaban
mate en un recipiente de lata enlozada color azul y cebaban desde una pava de
aluminio con manija con asa de baquelita. En lo de mis abuelos Victoria y José,
el jarrito era blanco con alguna ilustración colorida y se cebaba dulce, con el
agua no muy caliente.
En
cambio me parece verla a mi bisabuela América, la abuela de mi mamá, cebar
dulce en una calabaza de boca chica con una virola de aluminio. Seguramente
había más de un mate similar en esa casa. Era un estilo de calabaza muy
difundido por entonces, a diferencia de las muy usadas de ahora, mayormente
boconas y con vuelo.
En
cualquiera de los tres lugares el denominador común era que cuando el mate ya
estaba lavado y estaban a punto de dejar de tomar porque el agua ya estaba
tibia, nos lo cebaban a los chicos con leche en lugar de agua. Dios mío. Qué
bueno será el mate que a pesar de ese sabor lechoso, lavado y dulce
que permanece en mi recuerdo sensitivo, me sigue gustando aunque amargo y
caliente.
En el principio
fue La Hoja y Nobleza Gaucha. Como decía, fue mate
lavado de leche tibia y azúcar cebado en jarrito. Después, mucho después, vino
el mate amargo cebado preferentemente en porongo con agua caliente que no
llegue a hervir y la búsqueda de sabores etiquetados con marcas desconocidas
pero maravillosas en su mayoría por su sabor y calidad.
En el medio, esa
simbiosis entre el placer por su sabor único y el sentimiento inherente de compartirlo
con alguien. Casi como un sacramento o como los abrazos, un mate no se le niega
a nadie, como tampoco se lo desprecia.
-¿Tomás dulce o amargo?
-Si lo preparo para mí, amargo. Pero agarro lo que venga si me
convidan.