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sábado, 13 de julio de 2019

La red social



Con la almohada aún tajeándole la cara y los párpados entumecidos a pesar del agua fría del reciente lavado de cara fue a la cocina, cargó la pava y la puso sobre la hornalla encendida.

De la repisa tomó la calabaza, le repasó el interior con el dedo (por si algún insecto hubiera decidido pernoctar en su interior) y la cargó con yerba del paquete, tres cuartas partes de su capacidad. Tapó el mate con la palma de la mano, lo invirtió y lo agitó unos pocos segundos. Con cuidado lo enderezó, acomodó la yerba contra uno de los costados y la aplastó con su dedo.

En la parte más vacía vertió un poco del agua aún tibia. Dejó que se absorbiera dos o tres minutos y buscó la bombilla. Tapando la boquilla con el pulgar, la hundió en la parte húmeda de la yerba. El agua de la pava ya hacía gorgoritos, indicio certero de que ya estaba a la temperatura ideal.

Llegaba al momento cúlmine. Mientras disfrutaba del aroma de la yerba aún seca pensaba en cuántas veces en su vida había repetido esa escena que, para nada, era una rutina. ¿Cuántos de sus vecinos estarían en ese exacto momento haciendo lo mismo? No, la italiana de enfrente no, ella no toma mate; ella se lo pierde. Pero, en el resto del país, en Uruguay, en Paraguay, en el sur de Brasil, en el resto del mundo donde hubiere rioplantenses o materos, ¿cuántos iniciarían su día con esa ceremonia?

En tanto, siguió con el rito. Con la palma de la mano hacia arriba tomó la pava. Tres dedos por dentro de la manija, el meñique por fuera, para empujar la pava con él y hacer que el chorro de agua, finito, cayera suavemente sobre el cuerpo de la bombilla un par de centímetros más arriba de su encuentro con la yerba.

Despacito, como invita el mate, sorbió y saboreó segmentadamente eso que lo reconfortaba, que lo unía a tantos otros materos, que lo despabilaba y ponía en funcionamiento su metabolismo. Ya vendrían las tostadas, las galletitas, el dulce y la manteca. Pero esos no eran parte del ritual de cada mañana, de cada tarde. Apenas si su complemento.

Por la ventana vio dos horneros picotear entre la gramilla las semillas del fresno. Por la vereda una chica caminaba y hablaba, seguro, a través de su teléfono manos libres. En sentido contrario una pareja caminaba también con rumbo decidido. Sonriente, el llevaba un termo contra el pecho, sujeto con la mano. A ella un mate caliente le dibujaba el gozo en la expresión. Se hablaban y en el ir y venir del mate se cruzaban las miradas, los pensamientos, el sentimiento.

         Se cebó otro mate, vio humear la chimenea del vecino y tuvo la certeza de que sobre la salamandra a leña otra pava se estaba calentando. Entonces, ventana y pared de por medio, supo que no estaba solo mientras tomaba mate. “Somos una red social”, se dijo, cambiando de lugar la bombilla y se cebándose otro amargo.
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13 jul 19